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Quien inicia una acción nunca es un visionario que ha de imponer su perspectiva como única o total. Es, más bien, un ser que propone una situación, o mejor dicho es la situación como tal la que se reb(v)ela a través de este ser en acción.

Son el tiempo, la presencia y el espacio en todos sus estratos: social, político, emocional, espiritual, artístico, etc., quienes se hacen extensos en el cuerpo de los vivientes, y que conviven en la dimensión a la que los presentes se adhieren. Es el mundo y la naturaleza que se colocan al alcance de los vivos, de sus cuerpos sin órganos, en un plan de consistencia primario. En pocas palabras, no existe el artista como tal en estas acciones, sino seres en relaciones a distintos estratos. Como fibras comunicantes, relacionales, de la corteza humana que el otro frente a uno también posee, somos entes reflejados y reflejantes.

 

Nos referimos a los “presentes”, a los “vivos” en la acción, pero no solo en el sentido literal, pues ésta noción se extiende también a todos aquellos entes incidentales, voluntarios o no, previstos o no, entes como: los objetos, el tiempo, el espacio y todos aquellos que estén de paso o inamovibles sean personas, objetos  o  espacios.

Mis temas a investigar, posteriormente desarrollados en las acciones, implican siempre la reflexión sobre la congruencia que en mi vida puedan tener las ideas al ser involucradas. De ahí que esa frontera vida-obra está en constante revisión. 

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